¿De qué va tu océano?
porque mis brazos
esperaban sostener algo,
más allá de los remos.
Nadé entre tus aguas
y salí ahogándome entre mis lágrimas,
¿cuándo cambió el plan
de querer huir
en vez de llegar a ti?
Nadar entre tus aguas
fue desear estancarme,
y cuando pedía sequía,
más llovía.
Navegar entre tus aguas
fue aceptar que remar
puede abrirte camino entre las olas
sin cambiar el destino del agua.
Dijiste “deja danzar a la marea”,
no sabía que me quitarías los pasos
y desvanecerías más que mis castillos de arena.
Tus aguas turbias
me hicieron perderlo todo,
menos estas ganas de quedarme sedienta.
Me enseñaste a nadar
y la valiosa lección
fue que no quiero volver a pisar el mar,
así que no quiero nadar
y no quiero nada.
Me hundí
y en el sobrevivir
pude decir
“jamás conocí a Dios,
pero al diablo sí”.
Me sumergí tanto en tu profundidad
que olvidé que existía la costa,
nadé entre tus aguas
y salí ahogándome entre mis lágrimas.
¿Dónde estaban tus manos?
porque jamás sostuviste los remos
ni mis manos,
me dejaste hecha un caos
y jamás pude alterar a tu océano,
¿cómo tienes tanto control con(tra) la corriente
y no con el corazón en torrente?
Créditos de la ilustración a: Aykut Aydoğdu (@aykutmaykut)
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