Las olas comenzaron a rugir
para (a)traer a la tormenta,
los rayos iluminaron los cielos
y partieron mi sombra en ondas
para que una parte de mí
pudiera llegar a salvo a la costa.
Las olas se levantaron
para hundir mi barca
y tuve que romper los remos
para saber si aún tenía fuerza en mi cuerpo.
Las olas comenzaron a rugir
así que ningún grito pudo haber sido escuchado,
mi mapa seguía intacto,
eran los caminos los que se habían arruinado.
Me aferré a la barca
sin darme cuenta
que la empecé a tallar
con la forma de un ataúd,
de pronto mi cuerpo frío
empezó a sentirse cálido
y, a la vez, ya no se sentía agarrotado,
ya podía volver a luchar.
El faro se vio
como la luz al final del túnel,
tenía miedo de seguirlo
y tenía miedo de perderlo.
Los rugidos del mar comenzaron
a llamar a la tormenta
y todos los cielos se iluminaron,
dancé con las estrellas en su tempo
y logré tener más tiempo,
desde entonces tengo otra lucha
con lo infinito como ellas,
lo finito de la vida misma.
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